Con él vienen José Luis, El Pelón, Humberto, el Primo, Winston Briceño, Alfonso, Ruyío (ex policía bancario), Raúl (hijo de Teófilo Quintero, viejo comunista de la Zona Roja), Macario, Martiniano y Carlitos. Con el Destacamento Tigres de Miracuy, Pavel quién ha asumido la jefatura, ya que Pedro Calagía anda con Carache como jefe de la escolta del Comando. Tamakún, Pacífico, hermano de Rafael Miracuy, Isidro Colmenares “Rosendo”, recién incorporado, Francisco Palma “Ezequiel” y Sofía.
Con los Tigres de Marilonza están Delfín, Alarcón, Calandro, Pedro Cabezas “Noche Oscura”, los Medina, Cheo, Abdón y El Negro, de una familia de la zona, veteranos desde la primera guerrilla de Fabricio Ojeda. Ramoncito, campesino de Santa Marta y Baudilio Salas “Villa”, un guerrillero que se incorporó espontáneamente, es decir, que no vino por la vía de ninguno de los partidos amigos, despertando mucho recelo al principio, pero ganándose poco a poco la confianza.
Montamos el campamento en la roza. Espartaco ha acumulado mucha comida. Hay una siembra de auyamas, de modo que nos alimentamos bien y hacemos mucho ejercicio para mantenernos en forma.
Una noche escuchamos por la radio la terrible noticia de que Carache ha muerto. No lo podemos creer. No nos explicamos qué ha pasado. Es un golpe durísimo. Quedamos todos desconcertados y dudamos que sea conveniente seguir adelante con el plan. Enviamos un mensajero a El Tocuyo a confirmar la noticia. Regresa al día siguiente ratificándola. Es verdad. No sabemos en qué circunstancias murió, pero es así. Nos cuesta mucho mantener la calma. Los guerrilleros más sensibles no aguantan y lloran. Especialmente los campesinos.
Pasamos unos días de mucha duda. El veinte de diciembre decidimos seguir adelante con la operación, que sería lanzada el veintitrés. Priva el criterio de demostrar públicamente que a pesar de la desgracia, la lucha no se acaba.
La noche del veinte la pasamos casi sin dormir. El Comando se reúne con los jefes de los destacamentos y les comunica el plan. Al Sandalio le toca actuar contra la alcabala. El Marilonza la custodia de la carretera de Guarico y al Miracuy la retaguardia, la vía de regreso a la montaña. Una unidad principal, con guerrilleros de varios destacamentos, atacará el comando de la Digepol.
A las cuatro de la mañana nos ponemos en movimiento. Bajamos por el camino de Peña Blanca a Villanueva, tomamos primero un jeep en una casa vecina. Después tomamos otros tres en diversas haciendas de la zona. Aseguramos a sus dueños que los vehículos les serían devueltos intactos ese mismo día.
En el primero va Elías, con Humberto al volante y una parte del Sandalio Linares. Después, en dos jeeps vamos Carlos Luís, Robledo, Calandro, Pedro Cabezas “Noche Oscura”, El Negro y yo, acompañados de al menos diez guerrilleros más. Y en la retaguardia van Villa, Sofía, los Medina, y el resto de los Tigres de Marilonza.
Después de más o menos una hora de viaje, llegamos a Villanueva y comienza el desarrollo de la operación, como estaba previsto. Elías y su gente cumplen su parte, liquidando a los policías de la alcabala. El primero en disparar, por sorteo, fue Ruyío con su fusil olímpico recortado.
Mientras tanto el grupo principal entra al comando y lo encuentra vacío. No hay nadie, para nuestra sorpresa. Pero inmediatamente comienza un fuerte tiroteo contra nosotros, que no sabemos de dónde viene. Nos echamos al suelo y solo entonces puedo ver que los tiros vienen de la Iglesia, que está al lado. No podemos ver quienes disparan, pero de allí sale el fuego. Por un momento pienso en disparar hacia allá, pero estamos totalmente al descubierto. Entonces veo a mi lado a Carlos Luis herido. Tiene varios tiros en el cuerpo y derrama mucha sangre. Más allá está Robledo con un balazo en el cuello y Noche Oscura también en el suelo, porque le han dado. El Negro tiene un tiro en una mano y a Calandro un balazo le partió un brazo y sangra mucho.
En pocos segundos me doy cuenta de que tengo que tomar la iniciativa. Asumo el comando de la operación y decido que tenemos que salir de allí si no queremos que nos maten a todos.
¿Qué hago? Robledo está muerto, tiene el cuello partido. Pedro Cabezas también está muerto. ¿Y Carlos Luis? Le pongo el oído contra el pecho a ver si respira y no siento nada. Creo que no respira.
Tomo la decisión de retirarnos llevándonos al menos a los heridos. Le grito a Calandro que se venga como pueda detrás de mí. Los Medina halan al Negro, que en su susto está paralizado. Salimos hacia la calle por donde habíamos entrado. Allí está uno de los jeeps. Otro está cerca de la alcabala. Tomo el volante, montamos a los heridos y recojo a los guerrilleros que están regados por el pueblo. Paso junto Elías y le ordeno que me siga con el otro jeep conducido por Humberto. Sofía y Villa, que están en la retaguardia no se dan cuenta en el momento de que nos hemos retirado. Pero al poco toman a pié la ruta de regreso hacia Peña Blanca por donde nos hemos ido.
Llegamos al sitio donde nos esperan Aníbal, González y Espartaco. Les informamos lo que ha pasado. La decisión es salir rápidamente de la zona por la ruta de la montaña para prevenir que el enemigo nos persiga.
Vamos muy lento porque cargamos a Calandro muy débil por la pérdida de sangre. A las pocas horas tenemos la alegría de que Sofía y Villa nos dan alcance. Venían siguiéndonos el rastro desde la retirada en el pueblo.
Atravesamos la montaña de Marilonza y al salir al otro lado decidimos dividirnos. Aníbal se va hacia el Yacambú con el Destacamento Tigres de Miracuy y parte del Sandalio, mientras yo saco a Calandro por la vía del llano. El padre de Winston Briceño vive en un hato cerca de Ospino. Al caer la noche Winston se dirige hacia allá y regresa a las pocas horas con un vehículo donde montamos a Calandro con la idea de que salga hacia Caracas a curarse.
Después regreso a Santo Domingo, sumamente deprimido por la experiencia. No solo perdimos a Carache, sino acabamos de tener un descalabro. Además la partida de Calandro me afecta. Es uno de nuestros compañeros más queridos. De los que se vino con nosotros de Caracas a fundar el Frente. Es un veterano muy valiente y no sabemos qué va a ser de él.
Tengo en la cabeza la imagen de todo lo que pasó en Villanueva. Me acuerdo todos los días. Recuerdo la agitación del combate. El ruido de los tiros y el olor de la pólvora. Era el mismo que había sentido en Caracas en uno de los combates del Aparato Especial en la Avenida San Martín cuando la huelga de transporte. Tengo la virtud de guardar la serenidad en esos momentos. Fue lo que me permitió salvar la Brigada cuando mataron a Carlos Luis. Pienso que estoy hecho para esto.
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