LA REBELIÓN DE TUPAC AMARU II
Por Julio Yovera B.
I.- La sociedad colonial y sus miserias
Tupac Amaru II se levantó en armas contra una sociedad cuyas clases sociales y castas dominantes, a lo largo de dos siglos y medio habían cometido atrocidades en todos los ámbitos de la existencia humana. El exterminio de más de diez millones de pobladores aborígenes da cuenta que la invasión hispana fue una inhumana sobreexplotación a través del sistema de encomiendas, el acto más repudiable de cinismo y crimen “gubernamental”.
Mediante el sistema de encomiendas se procedía a la “adjudicación de centenares y a veces hasta de miles de hombres que debían pagar tributo y prestar servicio a un determinado español que recibía el nombre de encomendero, que lo percibía en compensación a los gastos realizados por él durante el descubrimiento, invasión y conquista del Perú. El encomendero, en correspondencia debía, a su vez, velar por el buen tratamiento y adoctrinamiento católico de sus encomendados” (1)
Con la llegada de los españoles, los nativos devinieron en esclavos o vasallos, y bajo el nombre de Virreinato se organizó una sociedad esclavista y feudal. En efecto, esclavista fue el sistema de explotación en las mitas y los obrajes, y feudal fue el sistema de explotación y dominación en las haciendas. La particularidad de estas dos formas de relaciones de producción estuvo en el hecho que se dieron en una sociedad colonial, es decir, dependiente de un poder imperial foráneo.
La hegemonía de los españoles abarcó todas las formas de vida. Además de una dominación económica hubo también una dominación social, cultural, ideológica, étnica, que tuvo una inmediata consecuencia: la acentuada estratificación o segmentación de la sociedad, que a la larga llevarían a la polarización, al extremo que existió lo que “se les llamó Repúblicas de Indios, en franca subordinación a la República de Españoles, división que imperó desde mediados del siglo XVI hasta la segunda mitad del XIX (2). Por cierto, la llamada República de Indios no era más que un conglomerado con cierta base jurídica que acentuaba la estratificación de la sociedad colonial.
Los segmentos estaban bien definidos. En uno de sus extremos, los españoles y sus descendientes con un exceso de privilegios; en el otro, los nativos y poblaciones originarias. Y entre ambos, un conglomerado de gente criolla, mestiza y de raza negra que dependía de la República de Españoles. En consecuencia, la polarización extrema fue la característica más saltante de esta sociedad.
Las encomiendas eran conglomerados o reservas de la población nativa, que con el paso del tempo dieron origen a los poblados y caseríos, e incluso, pueblos. Los gobernantes españoles para poder controlar y administrar a los aborígenes, que por obra de la invasión habían pasado a ser de su propiedad, los concentraban en espacios físicos definidos. Podemos decir que los primeros asentamientos humanos que existieron en el Perú fueron propiciados por las “políticas gubernamentales” del poder hispano.
En el campo, el sistema feudal se impuso en toda su extensión, pero no pudo liquidar totalmente el sistema comunitario y colectivista. Las tierras que ancestralmente pertenecieron al Estado quechua pasaron a pertenecer al Monarca español. Y la servidumbre se manifestó de manera abierta y coercitiva. Los que más sufrieron fueron los sectores aborígenes, que por un equívoco histórico se les denominó indígenas.
En esa escala social, de por sí ya bastante fragmentada, había un sector que se consideraba descendiente de la nobleza inca y que no dejaron de gestionar ante la corte real que se les reconociera sus derechos. Sin embargo, no fueron escuchados, y cuando lo fueron, carecieron de poder. En la mayoría de los casos, la restitución de sus fueros no pasó de ser una simple formalidad.
Hubo, por cierto, formas de propiedad pequeña y mediana, así como también un sistema de tenencia de tierras comunales, que deja entrever no tanto el sentido de justicia de la clase social dominante española sino la capacidad de maniobra para dividir y mantener, en la población nativa o aborigen, niveles de fraccionamiento que les resultaba beneficioso para mantenerse en el poder. Es más, todo el sistema de trabajo comunitario que existió en la sociedad inca, los españoles lo mantuvo y lo ahondó en pos de su propio beneficio. Este fue, por ejemplo, el caso de la mita.
“La mita minera fue uno de los trabajos más odiados. Los informes contemporáneos constatan que era un cuadro muy doloroso ver una romería de indígenas en camino a los asientos mineros. Eran caravanas de centenares de familias procedentes de todos los pueblos afectados rumbo a Potosí y Huancavelica, fundamentalmente, cuyos mitayos sumados ascendían a miles. Cada familia conducía de ocho a diez llamas y otros hasta treinta o cuarenta; también llevaban chuño, maíz y mantas para dormir. Hubo mitayos que demoraban dos meses en llegar, atravesando punas y cerros inmensos, padeciendo fríos penetrantes, bebiendo aguas malas y encharcadas. A Potosí arribaban extenuados, no obstante lo cual eran sometidos a agobiantes trabajos. De los 7,000 que regularmente llegaban a Potosí, apenas retornaban 2,000 a sus reducciones; de los 5,000 restantes unos fallecían, otros se radicaban en las rancherías de Charcas y otros se afincaban definitivamente en las haciendas y quebradas de los contornos de Potosí para trabajar libremente. Así procedían porque regresar significaba caer de nuevo en el siguiente turno de la mita.” (3)
Como puede verse, las condiciones de vida de las masas aborígenes eran extremadamente duras. Pero, si las condiciones materiales de dominación eran aberrantes, falta decir que su dominación ideológica y espiritual, por no hablar ya de las condiciones tributarias, eran en extremo perversas, propias de gente con personalidad deformada y torcida.
Los españoles eran voraces “empresarios mineros”, esa fue la actividad económica que priorizaron. La agricultura, que había logrado un extraordinario desarrollo, fue dejada de lado. ¿Qué hicieron con los campesinos?, pues, los vieron como un instrumento, como medio o fuerza de trabajo, que les permitiera obtener riquezas que no tenían límites. Los campesinos, además, tuvieron que pagar impuestos en especie agrícolas y animales comestibles. De manera que la mesa de los españoles siempre estuvo desbordada de una alimentación que los colonialistas nunca produjeron.
Además, destruyeron, y esto es otro de “sus aportes” el mundo anímico y espiritual de la sociedad prehispánica. Se saquearon físicamente los templos pero además se saqueó el mundo subjetivo, el credo y la cosmovisión del andino. Su religiosidad fue duramente golpeada. Se les hizo creer que no tenían alma, que al haber estado desconectados de la religiosidad y el Dios católico, eran seres endemoniados. La famosa palabra de Dios que el inca Atahualpa no escuchó, fue el inicio de una campaña llamada de evangelización pero que en realidad fue una avanzada de adoctrinamiento, con el objetivo de liquidar la resistencia del mundo andino. Campeones de esta estafa fueron los ministros de la fe.
En suma, la sociedad colonial estaba cargada de contradicciones y era inevitable de manera acelerada su polarización. Esa es una lección de la historia. Y en efecto, la sociedad colonial fue cuestionada y rechazada desde los inicios por las poblaciones indígenas.
II.- La resistencia y la rebelión se justifican
En el proceso de lucha por la dignidad de los pueblos aborígenes no siempre se optó por el camino de la violencia. Hubo otro, el de gestiones y reclamos legales, que fracasaron, bien porque los gestores eran asesinados y sus demandas no llegaban a su destino. Este fue el caso de los curacas Chimo Capac; también el de Blas Tupac Amaru, quien fuera familiar muy cercano de Tupac Amaru II (4) En otras ocasiones, las demandas llegaron a su destino pero eran desoídas y quedó demostrado, como diría alguna vez el abogado y poeta piurano Rufo Cárcamo Ladines, “la justicia no se conquista con papeles” (5)
La otra vía, la más expeditiva, la que los núcleos rebeldes pusieron en el centro de sus preocupaciones, fue el de la insurrección, que sería ejercida por un pueblo sojuzgado; que ante el fracaso de las gestiones para acabar con la ignominia, recurrió a la violencia de los de abajo, como un último recurso para acabar con la violencia de los de arriba.
La rebelión de Tupac Amaru II hay que ubicarla en esa lógica y en ese contexto. La sociedad estaba preñada de contradicciones, no solo económicas sino sociales, étnicas y culturales. No fue en modo alguno una asonada impronta y voluntariosa, sino resultado de un proceso que tiene muy en cuenta las condiciones objetivas y subjetivas.
Las primeras se refieren a la vida de las masas populares y de los sectores sociales excluidos. Las segundas, al grado de conciencia de la necesidad del cambio. También fue resultado de un proceso que tuvo sus antecedentes en las rebeliones que se manifestaron desde un inicio, cuando los invasores aparecieron por el norte. Y si bien hubo sumisión de una parte de los tallanes, Felipillo y Martinillo son dos nombres asociados al colaboracionismo, esto también tiene su explicación. No olvidemos que la sociedad quechua, en proceso se expansión, agredió a muchas culturas ancestrales. De manera que cuando aparecen los españoles, muchos caciques y jefes de las culturas sometidas se aliaron a los invasores en la creencia que eran un contingente que les ayudarían a liberarse del poder inca.
Las investigaciones últimas que se han hecho sobre la sociedad inca arrojan luces que nos ponen en tapete algo que la idílica forma de ver el mundo andino habían ocultado. Hoy se sabe que los cusqueños fueron una cultura dominante que lesionó y creó resentimientos en las culturas a las que sometía y esa fue una de las causas por la que muchas culturas y pueblos que los españoles encontraron a su paso devinieron en colaboracionistas. (6).
Sin embargo, esa no fue la única tendencia, hubo también resistencia. En el ámbito del señorío tallán, por ejemplo, nombre de caciques como Cutivalú, Amotaxe, Lac chira, son la antítesis de los Felipillo y Martinillo, mientras éstos fueron, en efecto, avanzada del invasor; aquéllos fueron tenaces rebeldes que enfrentaron a los hispanos, cuando fueron derrotados terminaron quemados vivos. Y de esto nada dice la historia oficial. (7)
En los diversos estudios que existen o que se vienen haciendo, la historia de la invasión (llamada eufemísticamente conquista) da cuenta que las rebeliones se dieron en diversos periodos. Aquí una escueta relación de las más conocidas:
La rebelión de Manco Inca que tuvo en jaque a los invasores colonialistas desde 1536 hacia 1945.
Los movimientos rebeldes en Azángaro, Cotabambas y Castrovirreina, que cegaron la vida a los odiosos corregidores (periodo de “gobierno” del virrey Castelfuerte, 1724-1736).
La rebelión del curaca Cacma Condori, ferozmente reprimida por los colonizadores, en 1737 (en el Cusco).
En Quito, en Sicasica, en Pacajes, en Santiago de Chuco, en Chumbivilcas, en Llata, en Urubamba, se dieron movimientos rebeldes con el fin de expulsar a los colonialistas hispanos.
El gran movimiento que sacude el espinazo del poder colonial lo protagonizó, en 1742, en el centro de la Amazonía peruana, Juan Santos Atahualpa, quien pasó a la historia con el nombre de El Guerrillero del Gran Pajonal. Los cronistas dan cuenta que su fortaleza residía en: uno, haber definido como zona de repliegue una extensión vasta de la selva que le era agreste, desconocida e inhóspita a los colonizadores; dos, en su relación con las comunidades nativas, que le permitió tener bases de apoyo; tres, en su táctica de movimientos y ataques sorpresivos. Como se sabe, Juan Santos no fue derrotado en el campo de batalla y muere en 1761 (8)
III.- Contexto económico social de la rebelión
Veamos las condiciones de la sociedad colonial al momento de la gesta de Tupac Amaru II. La rebelión era consecuencia de una polarización en la que las contradicciones entre el poder económico, la casta blanca, la alta curia católica, el poder político y militar, agredían ferozmente a las poblaciones nativas, marginaban los rezagos de la nobleza quechua. En menos intensidad pero igualmente imponía su poder a los mestizos, los sectores criollos, las poblaciones negras.
La representación de ese poder inhumano era la figura de los corregidores. Se entiende entonces por qué Tupac Amau II, antes de la rebelión llamado José Gabriel Condorcanqui, cacique de Tungasuca, Surimana y Papamarca, al momento de levantarse, de inmediato, procedió a la captura y ejecución del corregidor Arriaga.
Este hecho fue el punto de partida de una revolución que removió los muros del orden colonial español, se extendió por toda el continente y tuvo una influencia decisiva en los movimientos libertarios que vendrían posteriormente.
Ninguna revolución social, digna de ese nombre, surge en medio de la bonanza; al contrario, se manifiesta y extiende como resultado de una profunda crisis. España, su casta dominante, la autoridad real, bollaba en la abundancia pero se había convertido en una casta parasitaria.
No es propósito de este trabajo pero no podemos dejar de referir que en la larga época del orden colonial España no desarrolló sus fuerzas productivas y devino en una de las sociedades más atrasadas del llamado viejo mundo. El dominio que impuso en lo que hoy es América del Sur no significó una avance en el ambiente de la industria o de la técnica, sino todo lo contrario. El agravante fue que su agricultura terminó descuidada y arruinada.
Victorio Montero, un acucioso observador criollo del siglo XVIII, sostuvo: “ El Perú es un país donde todo respira esclavitud y se hace tiranía de las leyes” y el título de su libro que escribió no puede ser más expresivo: Estado político del Reino del Perú, gobierno sin leyes, ministros relajados, tesoros con pobreza, fertilidad sin cultivo, sabiduría desestimada, milicia sin honor, ciudades sin amor patricio, la justicia sin templo, hurtos por comercio, integridad tenida por locura” (9)
Tupac Amaru II se rebeló contra un Perú “libertino y vicioso”. Y para colmo, las castas gobernantes atolladas de corrupción no fueron capaces de hacer una lectura de lo que su voracidad y parasitismo habían causado. La administración central del Virreinato en los años previos a la rebelión de Túpac Amaru adolecía de una crisis generalizada.
El virreinato era conducido por Amat y Juliet, un hombre de vida alegre, gobernó de 1761 1776. Posteriormente, le sucedió Manuel Guirior (1776 – 1780) quien fue opuesto a todo propósito de reforma que buscara detener la voracidad de los colonialistas quienes en su afán desmedido de atesorar, estaban exterminando a las poblaciones nativas. (10)
Por donde se le mire, la sociedad colonial hacía agua. No hubo verdaderos colonizadores sino una casta guerrera dominante, que marcó y configuró el drama de una sociedad que fue contagiada por la ociosidad, carente de amor por el trabajo. “La situación general del virreinato era crítica. El panorama, en su conjunto, no presentaba ningún signo positivo de estabilidad. Todos los síntomas eran de postración y decadencia.” (11)
Por eso es que los sectores informados de los descendientes de la etnia quechua, van tomando conciencia de la necesidad de articular las fuerzas interesadas en darle una salida a la crisis desde una visión caciquil, es decir, no era propiamente un movimiento que sería dirigido por las masas marginales y “plebeyas”, sino por sectores ilustrados de las élite quechua.
Se ha reconocido que “Otros factores propicios para un alzamiento fueron la presencia de nuevas ideas iluministas entre algunos círculos; la revalidación del incario en el seno de los grupos de la clase caciquil, merced a la lectura de Garcilaso; el renacimiento de varias tradiciones incaístas; el apogeo virreinal en las artes y las letras; el aumento de la delincuencia; el libertinaje y la frivolidad en los grupos limeños; alguna vida de salón con proclividad intelectual”. (12)
IV.- La lucha social, el motor de la historia
Las condiciones objetivas y subjetivas a favor de la revolución, se daban aceleradamente. La ideología que la alumbró fue la síntesis de diversas ideas que terminaron unidas en solo torrente: justicia y dignidad. No hubo ideología única.
La habilidad de Tupac Amaru II y su estado mayor estuvo en su capacidad para hacer una correcta lectura y un análisis objetivo de las condiciones existentes. El movimiento no fue un simple alzamiento, una asonada desatada por el instinto. No estuvo, por cierto, excepta de ira popular, de desprecio contra un poder que los había sojuzgado a lo largo de más de dos siglos, pero no era en modo alguno un motín espontáneo.
Además, la habilidad de la jefatura de la rebelión estuvo en la capacidad de atraer no solo a las poblaciones y etnias sojuzgadas, sino a los sectores sociales cuyas posibilidades de desarrollo se veían anuladas por el lastre que representaba las clases y castas de la sociedad colonial. Esto no siempre fue entendido por el pueblo alzado en armas, pues, en ocasiones los rebeldes la emprendieron contra sectores que no eran gravitantes en la estructura del poder y que terminaría perjudicando al proyecto de Tupac Amaru II.
Hubo, a pesar de todo, una visión de reforma y de revolución. Se puso en juego un programa mínimo y de programa máximo hegemonizados por los quechuas, descendientes directos de los incas. Pero sería un error deducir que la rebelión fue solamente protagonizada por la nobleza incásica.
El 4 de noviembre de 1780 significó el levantamiento de no menos de cien mil quechuas y aymaras, mestizos, y también criollos y negros, que buscaban acabar con las mitas, los obrajes, los repartimientos, un exceso de tributos y un abuso desbocado y cruento. Cierto que ello, independientemente que los protagonistas fueran conscientes o no, representaba romper el dorso del poder colonial.
La visión de frente único, la intuición que tuvo Tupac Amaru para darse cuenta que se movía dentro de una sociedad diversa étnica y culturalmente, fue extraordinaria. No se formó un frente exclusivamente popular, sino nacional. En ese sentido, el movimiento de Amaru II es precursor a los movimientos nacionalistas, que surgirían posteriormente en todo el mundo, incluyendo Europa. Acaso lo más representativo de este movimiento insurreccional fue la visión y el carácter continental que asumió.
Sobre esas condiciones estructurales e históricas se articuló una tendencia ideológica libertaria, que comprendía el pensamiento andinista y las tendencias humanistas libertarias. Pocas veces se hace referencia al hecho que una las obras clásicas que aportó al desarrollo de una conciencia libertaria, fue la obra del cronista inca Garcilaso de la Vega, particularmente Los Comentarios Reales. Su lectura fomentó y consolidó un sentimiento de “orgullo nacional” por el pasado glorioso de una cultura que fue satanizada cuando aún estaban frescas las huellas de su grandeza.
Toda reforma que decretaba el estado mayor de la rebelión devenía en una propuesta revolucionaria. Fue lo que aconteció, por ejemplo, con la libertad de los negros, con la abolición de tributos. La rebelión fue también una abierta manifestación de “la cólera del pueblo” como diría César Vallejo.
Se produjo entonces inevitablemente la destrucción de medios de producción que eran la expresión de un capitalismo embrionario, como las máquinas artesanales, que dígase de paso, resintió a las fuerzas criollas, y que fue hábilmente aprovechada por la casta dominante española. .
Ese era el panorama que existía al momento del alzamiento revolucionario. Lo que vino después ya es conocido. La rebelión sacudió toda América del Sur. Durante cerca de dos años, el rebelde de Tungasuca jaqueó el poder hispano.
Algunos ven su derrota como el fracaso de un proyecto, otros como un revés. Para los pueblos fue una experiencia que no pasa desapercibida. Tengamos en cuenta que los proyectos de revolución que se dieron después, desde los sectores criollos, no pudieron reivindicar ni dar protagonismo a las poblaciones nativas.
Los frutos de la emancipación del proyecto independentista que se coronó victorioso años después, no ha podido aún reivindicar a la inmensa población aborigen y mestiza, que sigue siendo mayoritaria en nuestro continente.
El reto que tienen que enfrentar los proyectos libertarios contemporáneos es hacer a las masas protagonistas de su lucha libertaria. En ese sentido, Tupac Amaru II es un ejemplo. Y como dice el poema de Alejandro Romualdo: “Querrán matarlo, y no podrán matarlo…”