RELATOS DE PARISCA...
SUBIDA
Salgo una mañana para Barquisimeto. El plan es llegar a una pensión, quedarme a pasar la noche y esperar que me pasen buscando al otro día. Esa noche comienzo a toser. Me da fiebre. Amanezco muy mal. Busco a una camarada llamada Yoléida, de la Juventud Comunista de Lara, que vive cerca. Me lleva al Hospital. Me ven en Emergencia y me diagnostican una neumonía. Me dan unos antibióticos y me mandan reposo absoluto. Toso continuamente. No puedo “subir”. Regreso a la pensión. Paso varios días en cama.
Yoléida me visita algunas veces, para ver como estoy y me lleva algo de comer. Es la novia de un dirigente de la Juventud Comunista de Barquisimeto, que considera todo esto una grave violación de la seguridad y en realidad lo es, ya que la organización regular no puede mezclarse con nosotros los guerrilleros. Para peores cosas se entera Ramón Querales, el poeta, Secretario Regional de la Juventud. Tipo muy pacato que no simpatiza con la lucha armada. Me amenaza con acusarme para que me sancionen.
Cuando dejo de toser mando a avisar y una tarde me vienen a buscar en un jeep que me lleva a Sanare. Subimos por la calle principal hasta dos cuadras antes de la plaza. Doblamos a la derecha en la central de CANTV. Me quedo junto a la cerca. Al rato me pasa a buscar un campesino al que debo seguir. Después sabré que se llama Alcario Rodríguez, de Volcancito.
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Hay que continuar a pie sin pasar por la plaza. No cruzamos mayores palabras. Es muy callado, como la mayoría de la gente de por aquí. Lo sigo cuesta arriba por la carretera de tierra que lleva al valle del río Yacambú. Hay muy poco tráfico. Cuando se ven las luces de algún carro nos escondemos en el monte a dejar que pase. Llueve torrencialmente. Hasta hace poco se podía entrar a la zona en carro, pero vienen ocurriendo denuncias atribuidas a un bodeguero sapo llamado Castro Hernández. Caminamos toda la noche. En Chamiza, el fin de la caminata, paramos en una casa donde vive una familia amiga. Entramos por la cocina. Me ofrecen café. Estoy extenuado y muy mojado.
Es La Carmonera, la finca donde habían estado trabajando entre la población campesina Donato Carmona “Breto” y Pedro Alastre, dirigentes nacionales del Partido. Miembros del Comité Central. Se habían tenido que ir de la zona por las denuncias del sapo. En la finca viven los Goyo, una familia de varios hermanos todos comunistas. Santos, Soleino, José, Baudilio. Las hermanas, Ema, Andrea y Carmen, a su vez están casadas con comunistas. Uno de ellos es Gil Pérez, muy activo en la zona quien se identifica abiertamente como comunista, por lo cual será uno de los primeros perseguidos por el enemigo.
Me acomodo en una troja en una casa de trabajo en la roza vecina a la casa de la familia. Me pongo ropa seca que me han entregado junto con una cobija. Me envuelvo en la cobija y me recuesto a descansar. Amanece. El guía se ha ido y aparece Baudilio Goyo. Vienen unos niños y la mujer de Baudilio con una taza de café y una arepa. Me saludan con cariño. Pongo a secar al sol la muda de ropa de la noche anterior.
La mañana es muy asoleada. Estoy parado mirando al sur. En la hondonada del valle pasa el río Yacambú, que no se ve. Al frente la Fila de Miracuy. Todo es de un verde muy intenso. Por primera vez aprecio la inmensidad de la montaña, el escenario imponente por donde estaré por mucho tiempo. Aquí me siento muy seguro.
Baudilio se va para venir por la tarde para continuar la caminata. Veo a Ema Goyo parada en la puerta de su casa con un radiotrasmisor portátil con el que se comunica con el comando, al otro lado del valle, para informar sobre la presencia del enemigo.En la tarde aparece Baudilio con una mula cargada con dos sacos. Tomamos un camino que baja hasta la orilla del río. Atravesamos el caserío Volcancito. Baudilio se para en la casa de Manuel Jacinto Villegas, el mayor de una larga familia de gente nuestra. Salen Manuel Jacinto y unos niños. Me saludan. Cruzan algunas palabras con Baudilio. Seguimos.
La gente de Volcancito es descendiente muy cercana de los indios gayones o guayones que ancestralmente habitaban la zona. Tienen un acento raro. Hace dos generaciones aquí todavía se hablaba la lengua antigua. La organización social es totalmente tribal. Manuel Jacinto, el mayor, es un cacique que lo decide todo.
Atravesamos el río antes de anochecer y comenzamos a ascender de nuevo. Pasamos frente a algunas casas, pero no entramos. Subimos a Cerro Blanco. Seguimos subiendo. Llegamos ya amaneciendo a una casa de trabajo en un conuco, roza se llama aquí, que bordea la selva. Aquí se llama “montaña” a esa vegetación alta en la cresta de las filas, que nunca ha sido cortada. La roza es de Celestino Torrealba un campesino amigo nuestro que vive aquí temporalmente con su mujer. Tienen varios niños. La casa es muy pequeña. Las paredes son varas de madera rústica con separaciones por donde penetra el frío. “Palo a pique” se llama por aquí. Me quedo fuera. Una de las normas de seguridad que traigo, y que cumpliré rigurosamente durante toda la guerra, es no entrar en casas campesinas. Me sirven comida afuera. Caraotas, arepa y café. Una mazamorra de jojoto muy dulce. Como con gusto.
A mediodía llega un grupo de tres guerrilleros. Salen sigilosamente de la montaña por un sendero que entra a la roza como a cincuenta metros de la casa. Se detienen al salir de la montaña. Uno de ellos saca un radiotrasmisor portátil con el que se comunica con Ema Goyo en Chamiza para informarse sobre la situación en la zona. Se acercan y saludan con mucha risa. Al mando viene un joven flaco, de bigote, armado con una ametralladora Thompson calibre 45. Nos presentamos. Soy Pedro Manuel, le digo. Lo sabe. Se presenta como Pedro. Es Víctor Sánchez, dirigente sindical del sector imprenta del Partido. Trabajaba en Caracas en la Imprenta Nacional. Tiene como nombre de guerra “Pedro Calagía”. Por primera vez encuentro un seudónimo con apellido. Lo acompañan dos guerrilleros campesinos, Alcario Castillo “Luzbel” de Chamiza y Etanislao Linares “Villapol”, de Volcancito. Ambos armados con carabinas FN 30. Con otros dos que conoceré después, son los primeros cuatro campesinos de la zona unidos a la guerrilla en esta etapa. Comen lo mismo que yo. Conversan cordialmente con los de la casa.
Al rato Pedro me entrega un saco de fique con una bolsa plástica dentro para que meta mis cosas. Tiene un mecate a cada lado para cerrarla y ponérselo como morral en la espalda. “Maleta” le dicen los campesinos. Le pregunto por mi morral, que debería estar aquí. Me dice en tono de sorna que me conforme con mi maleta, que no sabe nada. En Caracas había entregado a la retaguardia para que me lo trajeran, un equipo de campaña muy completo especialmente preparado, con un morral de lona impermeable, con plataforma metálica en la espalda, bolsillos a los lados, correas para colgarse, una cobija de lana, una brújula, una chaqueta.
Me dice “nos vamos”. Lo sigo con mi maleta a la espalda. Detrás de mi vienen Luzbel y Villapol. Cruzamos la roza y entramos a la montaña. Vamos por una pica poco trillada. Hay mucho bejuco en el suelo. Me enredo y tropiezo a cada rato. No estoy acostumbrado a levantar los pies para caminar. Estilo típico de caraqueño bisoño. Pero estoy contento. Ahora si soy un guerrillero.
Llegamos a un claro en medio de la montaña donde hay un grupo de compañeros. Me recibe el propio Argimiro Gabaldón. Aquí es el Comandante Carache. Nos abrazamos con mucha emoción. En el grupo está Pedro Duno. Aquí es “Horacio”. Recapitulamos las conversaciones de semanas atrás en Caracas. Carache habla mucho.
Me presenta a todos los guerrilleros.
Entre ellos está Elías, mi compañero de la escuela de Manzanita. Qué gusto volverlo a encontrar. De aquí en adelante pasaremos mucho tiempo juntos. Se ha iniciado una amistad muy fuerte que va a durar toda la vida.
Me presenta a Gilberto Matheus “Espartaco”, estudiante de Trabajo Social de la Universidad Central. Carlos Galarraga “Calandro”, militante de la Juventud Comunista de Catia, quien habla con el acento del oeste de Caracas. Juan Vicente Montenegro “El Paisa”, andino, muy joven que conserva su acento gocho, estudiante de Geografía de la Universidad. José Rafaél Toro Torres “Alarcón”. Los otros dos campesinos baquianos, Amadeo Rivero “Rafael Miracuy”, de Cerro Blanco y Tiburcio González “Castaño”, de Chamiza. Juvencio Moreno Lucena “José Luis”, de la Juventud Comunista de Río Claro. Están también Nabor Fernández “Freddy”, hijo de Chelao Fernández, viejo comunista quién ha acompañado a Carache desde hace varios años. Estuvo en la guerrilla de los Humocaros. Su familia tuvo que emigrar de la zona. Ahora tres de sus hijos, Nabor, Cruz y María, son guerrilleros. Y Teodoro Villegas “Marcial”, hijo de Manuel Jacinto Villegas, de Volcancito.
En el sitio está Rafael Elino Martinez el “Gordo”, el Comandante “Máximo”. Ha llegado hace pocos días. Lo saludo con cariño. Parece estar muy preocupado. Vino a la zona trayendo a dos urredistas que habían sido enviados por Fabricio Ojeda. Uno de ellos era médico. Cuando llegan a Chamiza, a casa de los Goyo, Máximo saca de un morral un paquete de dinero donde trae 10.000 bolívares en billetes, una fortuna para ese tiempo. Se le han mojado y los pone a secar. Todos ven el dinero de reojo. Esa tarde continúan el camino. En la subida hacia Cerro Blanco va jadeante. El médico le ofrece ayuda. Máximo le entrega el morral. Siguen camino. De pronto no ven más al médico. En algún cruce se ha ido con el morral y el dinero. Probablemente tomó para irse un camino que sale al llano por Acarigua.
Poco antes de mi llegada ha salido un grupo con José Díaz “El Gavilán” hacia el oeste. Seguirán por la montaña hasta la zona de Humocaro Alto, donde tiene mucha gente amiga. Lo acompaña Ignacio Medina Silva “Comandante González”, militante de URD de Valencia, antiguo guerrillero que acompañó a Fabricio Ojeda en su incursión por esta zona el año anterior. Va con ellos para acompañarlos hasta el río Portuguesa. Conoce bien el camino y hará contacto con gente conocida en esa zona. En el grupo va Toñito, hijo de El Gavilán.
Carache me entrega mi arma, un fusil FN30, con cincuenta balas, una hamaca, un plástico para la lluvia, una escudilla de aluminio para comer, una cuchara y un par de botas de goma. Vengo muy incómodo, con los mismos zapatos que traigo desde Caracas. Le pregunto por mi equipo de campaña. Me dice que tengo que esperar. Me lo traerán en alguno de los lotes de pertrechos que nos manda la retaguardia.
Estamos en el campamento “El Paují”. Muy cerca del plan donde nos encontramos hay una choza grande techada de palma montañera, hecha por los guerrilleros con varas y bejucos cortados allí mismo. La cocina, es un sitio con tres topias al extremo del campamento, donde se cocina con leña, en una lata mantequera de cuarenta litros.
Al caer la tarde, a las seis, hay una formación en fila. Al frente se para el Comandante. Resume algunas instrucciones para la noche y nombra los turnos de guardia. La comida la hace un guerrillero asistido por otro a cargo de la leña y el fuego. La cena por lo general es una escudilla de atol de harina. Algunas veces café y un trocito de papelón. Después de cenar se cuelgan las hamacas bajo un plástico tendido sobre una cuerda para protegerse de la lluvia, que en esta zona y en esta época del año, es diaria.
Hay varios radios de batería. Se sintoniza el programa de noticias de Radio Rumbos y luego Radio Habana Cuba.
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